En Argentina el original Partido Federal fue un grupo que luchaba para establecer el sistema federal en la República. El federalismo proviene desde tiempos de la revolución de Mayo, y tiene a su líder máximo en la figura de José Gervasio Artigas, fundador de la Unión de los Pueblos Libres más conocida como Liga Federal. Hasta la segunda mitad del Siglo XIX continuó en lucha contra el Partido Unitario para decidir sobre la organización política del país.
El federalismo surge también confuso: en 1811 Cornelio Saavedra con el fin de quitarle el poder a los morenistas llama a un congreso (la Junta Grande) en el cual participan representantes de las provincias del Interior, sin embargo durante la Junta Grande no llega a sancionarse un estado federal; es recién con el oriental José Gervasio Artigas, cuando éste hace públicas las Instrucciones del Año XIII (oponiéndose al segundo unitarismo: el centralismo) para los diputados que debían presentarse en la Asamblea del Año XIII de las Provincias Unidas del Río de la Plata que abiertamente se declara la necesidad de seguir un Sistema Federal de gobierno (inspirado en el de los Estados Unidos); los integrantes del llamado Directorio establecidos en Buenos Aires y suplantando a los primeros unitarios patriotas tomaron (en tiempos de la hegemonía de Alvear y Rivadavia) la bandera del unitarismo para luchar contra el supuesto (según los unitarios de segunda generación o, centralistas) "anarquismo" de "caudillos" como José Gervasio Artigas.
El federalismo era concebido como una forma de organización basada en la asociación voluntaria de las provincias que delegaban algunas de sus atribuciones para constituir el poder central, pero conservaban su autonomía.
Si bien el grupo federal estaba integrado por diversos sectores, la mayoría lo constituían caudillos y gente de las provincias que se oponían al dominio absolutista porteño (es decir de las élites instaladas en la ciudad de Buenos Aires) y algunos a que la citada Ciudad de Buenos Aires fuese capital de todo el extenso país. Los federales defendían las autonomías provinciales: cada provincia debía tener su propio gobierno, constitución, leyes y economía; sin embargo, reconocían la existencia de un gobierno nacional con poder limitado y encargado sólo de algunas cuestiones (por Ej. las relaciones exteriores del país)
En el aspecto económico existía una clara división entre el llamado Litoral argentino y el llamado Interior. El Litoral argentino buscaba el libre comercio y la libre navegación de los ríos interiores, oponiéndose al dominio de los mismos por el gobierno de Buenos Aires, mientras que el Interior proponía el proteccionismo económico de sus incipientes producciones económicas.
Oligarquía Argentina
Si bien el origen de su poder político puede fecharse en 1880 con la presidencia de Julio Argentino Roca,sus verdaderos inicios pueden ubicarse en los albores de la formación de la República Argentina como nación y a fines del período colonial. Sin embargo, exactamente en el momento del reparto de tierras realizado a través de la ley de enfiteusis por Bernardino Rivadavia, es cuando esta clase social comienza a adquirir poder económico.
Económicamente sus integrantes principales son los grandes propietarios de tierras de la provincia de Buenos Aires. Pueden añadirse varios miembros de la clase política que se les asocian, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica.
Las agrupaciones sociales principales en que se reunieron y se reúnen estos miembros de élite son: la Sociedad Rural Argentina, el Jockey Club, el Club del Progreso y otras de menor alcance como el Círculo de Armas y el Centro Naval.
Si tomamos como punto de partida el año 1880 como bisagra histórica, económica y social, la oligarquía terrateniente estuvo representada sucesivamente por el Partido Autonomista Nacional; luego, con la llegada del radicalismo al poder y ante la disolución del PAN por un grupo de partidos conservadores provinciales agrupados en la Concentración Nacional; y por último por el Partido Demócrata Nacional, conocido habitualmente como Partido Conservador.
Económicamente sus integrantes principales son los grandes propietarios de tierras de la provincia de Buenos Aires. Pueden añadirse varios miembros de la clase política que se les asocian, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica.
Las agrupaciones sociales principales en que se reunieron y se reúnen estos miembros de élite son: la Sociedad Rural Argentina, el Jockey Club, el Club del Progreso y otras de menor alcance como el Círculo de Armas y el Centro Naval.
Si tomamos como punto de partida el año 1880 como bisagra histórica, económica y social, la oligarquía terrateniente estuvo representada sucesivamente por el Partido Autonomista Nacional; luego, con la llegada del radicalismo al poder y ante la disolución del PAN por un grupo de partidos conservadores provinciales agrupados en la Concentración Nacional; y por último por el Partido Demócrata Nacional, conocido habitualmente como Partido Conservador.
Populismo
El populismo es un término político usado para designar corrientes heterogéneas pero caracterizadas por su aversión discursiva o real a las élites económicas e intelectuales, su rechazo de los partidos tradicionales (institucionales e ideológicas), su denuncia de la corrupción política por parte de las clases privilegiadas y su constante apelación al "pueblo" como fuente del poder.
La aparición del populismo como fenómeno social se liga a procesos de rápida modernización o cambio como una postura crítica ante los distintos grados de desarrollo que estos procesos pueden generar en las diversas clases o regiones de un país y en consecuencia una desigualdad en varios ámbitos de la sociedad. El término populismo se ha usado en política con dos acepciones diferentes; una de ellas tiene un significado positivo, pero principalmente se usa aquella con una connotación peyorativa.
En algunos casos se identifica erróneamente el populismo con la demagogia: mientras ésta última está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los votantes, el populismo está referido a la medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes.
El populismo se refiere a algún movimiento social, el cual pretende que el poder recaiga más en el pueblo llano, es decir, promueve una especie de proto-democratización y anti-elitismo buscando favorecer a los granjeros, los obreros, pequeños emprendedores, bajo clero, sindicatos, capitalistas populares (sin contactos con las oligarquías), las clases media y baja; y menos poder para las élites políticas y económicas corporativistas y caudillistas. El populismo se basa en el apoyo voluntario, las ideas políticas de la cultura autóctona sin necesariamente caer en el nacionalismo, se opone a los imperialismos. Pueden por consecuencia rechazar el desplazamiento social masivo que pueden producir los grandes movimientos de capital o tecnología, así como el rechazo a medidas en torno a reforzar la institucionalidad (excesiva) del Estado unitario o las burocracias profesionales.
En la Argentina, en particular, las dictaduras que derrocaron sistemáticamente a los gobiernos democráticos surgidos desde la aprobación del voto universal y secreto en 1912, lo hicieron con el argumento de que se trataba de gobiernos populistas. En la segunda posguerra, un corrimiento hacía la democracia da lugar en Argentina a una respuesta de los que han dominado la escena hasta recién en un marco autoritario: nacen así el ejemplo más puro de populismo: Juan Domingo Perón entre 1946 y 1955.
Luego de la era de las dictaduras en los años 1970 y 1980, y de la recuperación de la democracia, virtualmente todos los gobiernos o medidas de gobierno que han contado con apoyo popular en elecciones libres, han sido definidos por los opositores a los mismos, como populistas, al punto que "populismo" y "democracia" han llegado casi a identificarse.
La aparición del populismo como fenómeno social se liga a procesos de rápida modernización o cambio como una postura crítica ante los distintos grados de desarrollo que estos procesos pueden generar en las diversas clases o regiones de un país y en consecuencia una desigualdad en varios ámbitos de la sociedad. El término populismo se ha usado en política con dos acepciones diferentes; una de ellas tiene un significado positivo, pero principalmente se usa aquella con una connotación peyorativa.
En algunos casos se identifica erróneamente el populismo con la demagogia: mientras ésta última está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los votantes, el populismo está referido a la medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes.
El populismo se refiere a algún movimiento social, el cual pretende que el poder recaiga más en el pueblo llano, es decir, promueve una especie de proto-democratización y anti-elitismo buscando favorecer a los granjeros, los obreros, pequeños emprendedores, bajo clero, sindicatos, capitalistas populares (sin contactos con las oligarquías), las clases media y baja; y menos poder para las élites políticas y económicas corporativistas y caudillistas. El populismo se basa en el apoyo voluntario, las ideas políticas de la cultura autóctona sin necesariamente caer en el nacionalismo, se opone a los imperialismos. Pueden por consecuencia rechazar el desplazamiento social masivo que pueden producir los grandes movimientos de capital o tecnología, así como el rechazo a medidas en torno a reforzar la institucionalidad (excesiva) del Estado unitario o las burocracias profesionales.
En la Argentina, en particular, las dictaduras que derrocaron sistemáticamente a los gobiernos democráticos surgidos desde la aprobación del voto universal y secreto en 1912, lo hicieron con el argumento de que se trataba de gobiernos populistas. En la segunda posguerra, un corrimiento hacía la democracia da lugar en Argentina a una respuesta de los que han dominado la escena hasta recién en un marco autoritario: nacen así el ejemplo más puro de populismo: Juan Domingo Perón entre 1946 y 1955.
Luego de la era de las dictaduras en los años 1970 y 1980, y de la recuperación de la democracia, virtualmente todos los gobiernos o medidas de gobierno que han contado con apoyo popular en elecciones libres, han sido definidos por los opositores a los mismos, como populistas, al punto que "populismo" y "democracia" han llegado casi a identificarse.
Eva Peron, coraje y solidaridad
La suya fue la leyenda más fulgurante, una llamarada en aquel Buenos Aires que tal vez la inventó como colmo de esnobismo. Era el tiempo de las Grandes Despensas Argentinas, del jabón Le Sancy de Dubarry, de la gomina Brancato, de la Gran Pensión el Campeonato, de los domingos del jabón Federal, de los estudios Lumiton y Bayres; de las noches de gala en el Colón con la caravana de Packards, Buicks, De Sotos, con su gente de frac y alta peletería, espléndidas mujeres de espaldas desnudas y gargantillas de diamante. Es la leyenda en tiempos de la calle larga y empedrada y de la noche rasgada en dos mitades por la estrellita del trole del tranvía de las doce con su locura de navío bamboleante, vacío, iluminado para nadie. Y el jazmín, la madreselva y el silbido perdido de un tango. Era la Argentina al fiado, con almacén de libreta negra de hule, aceite suelto y el azúcar y la harina en aquel paquete con repulgue que sólo el gallego podía hacer antes de ponerse el lápiz en la oreja. El colegio a media cuadra con su Sarmiento, su bandera llena todavía de fe y el moño azul con pintas. Noche infinita de poetas angustiados y periodistas. Ortiz designado por Justo para ir preservando la democracia. Stábile, Riganti, Kartulovicz, Arsenio Erico.
Y la leyenda empieza cuando una chiquilina con una valija de fibra baja en la estación del Retiro, con la ocurrencia de nacerse a sí misma, más allá de la lucha de su familia y de la placidez pueblerina de Junín.
Sobre Eva Perón, Evita, recaen "todos los malentendidos de la fama", como escribió Rainer Maria Rilke. Sacralizada por las masas humildes del peronismo, demonizada por la burguesía y la clase media de Buenos Aires. Vetada moralmente por los militares que la consideraron indigna de casarse con su más alto oficial presidenciable. Después de cincuenta años logró superar incluso el homenaje del cine comercial mundializado.
Vive como mito de su personalidad única y como referente constante de toda política solidarista. Insolente, sarcástica, rencorosa, con una elegancia natural que reconoció Coco Chanel cuando le recomendó que no necesitaba "vestirse tanto". Con un sentido nato y hasta temible del poder, tuvo un nacimiento mínimo, fue la "no reconocida" de la troupe de los Ibarguren-Duarte y logró una muerte grande de repercusión universal, homérica. Una muerte en aire de santificación laica y popular.
Fascina su itinerario de contradicciones: ella, la frágil, alcanzó el mayor poder que tuvo mujer alguna de su época (al decir de Agustín de Foxá, ninguna mujer la superó en mando desde los tiempos de la reina Victoria y de la emperatriz regente de China).
Pero en Eva Perón todo sería tenso, sacrificial, pagó con vida la voluntad de enfrentar, desafiar, sobreponerse. Su cáncer sería el resultado de ese desajuste perpetuo entre su pasión y el medio.
Siempre en guerra con el mundo de la hipocresía política y de los privilegios, hizo de la oligarquía porteña el Leviatán, capaz de engendrar y simbolizar todos los males. Inició contra las grandes señoras porteñas una batalla a golpes de trajes de Dior, de Jacques Fath y de joyas prestadas por Ricciardi.
Tuteaba a dignatarios, ministros, embajadores o almirantes según insondables códigos -siempre invariables y precisos- que el cuerpo diplomático extranjero trataba de descifrar.
Su autoritarismo y su personalidad carismática la salvaban de sus lagunas culturales. Sabía lo que le había enseñado Perón sobre historia política, en los largos diálogos en la quinta de San Vicente o lo que recordaba de los libretos históricos escritos por Muñoz Azpiri, en sus tiempos de actriz de radioteatro (el presidente Auriol de Francia se sorprendió de su conocimiento profundo acerca de la relación de Napoleón con María Walewska, uno de los éxitos de Eva en radio Belgrano).
Ese carisma personal (el encanto de un ser que se mueve con poder, sin lograr ocultar su íntima fragilidad) fue advertido por Franco ni bien la vio bajar del avión en Madrid: comprendió que con Eva no iba a tener días fáciles. Quien sería el papa Juan XXIII, el cardenal Roncalli, que la recibió como arzobispo de Nôtre-Dame, quedó impresionado por esa apasionada persona. Le envió a Buenos Aires una esquela que Eva conservó como un relicario bajo la almohada de su lecho de muerte: "Señora, siga en su lucha por los pobres, pero sepa que cuando esa lucha se emprende de veras, termina en la cruz".
Desde que llega a Buenos Aires, Eva decide crearse a sí misma. Se sumerge en aquella ciudad implacable, incesante. Un Buenos Aires mítico, perverso, rico, nocturnal. Saltará de las pensiones más sórdidas al hotel Savoy y por fin al palacio presidencial, el palacio Unzué, en un alucinante periplo en el que la realidad de su poder ocupará sólo seis años: desde el triunfo electoral de Perón en 1946 hasta su muerte en 1952.
Sus años de teatro y radioteatro le enseñan la batalla atroz de aprender a usar a los hombres que la usaban. Se salva de varar en amores mediocres. Vive esa batalla con el resentimiento de la mujer desvalida en una sociedad machista. Se impone con coraje hasta sobresalir creando su propia empresa radioteatral y obtiene sus primeros contratos en el cine.
No viene al caso demorarse en sus batallas . Todo cambió en su vida cuando Homero Manzi -según se afirma- la ayudó a colarse al palco del Luna Park donde se realizaba un gran festival por los damnificados del terremoto de San Juan. Era el 22 de enero de 1944 y ella, sin vacilar, usurpó el asiento al lado del coronel Perón. El sería su gurú, su amante, su esposo, su maestro, su ÔSol´ como diría Eva. Su presencia, volcada puramente a la pasión del poder, le hizo olvidar la mediocridad y el acoso de la fauna masculina del Buenos Aires de sus primeros años.
Eva se apropia del ideario nacionalista y del justicialismo social cristiano que Perón consolida en aquellos meses de 1945, cuando el mundo cambia sustancialmente y se definen las dos líneas que a fines del siglo implosionarán: el marxismo socialista totalitario, y el totalitarismo de un capitalismo implacable (que arrasaría a la Argentina en la última década de la centuria).
Perón enuncia su tercera posición y un reformismo económico solidarista. Cree en la necesidad de un Estado autoritario, entre franquista y mussoliniano. Su nacionalismo nace de la convicción de que el mundo político sigue siendo una milenaria conspiración, disimulada con buenas intenciones, manejada por los fuertes para dominar a los débiles. Lo que para Perón era praxis y teoría política, para Eva Perón consistía en imperativo emocional obstinado e indeclinable.
Desde el triunfo de 1946, basado en la indiscutible mayoría popular, Eva se sintió ungida y transformó su vida en misión. Asumió el poder (de facto, porque no tuvo ningún cargo oficial) con la furia del justo que lucha contra el Mal (incluido el mismo aparato de poder estatal tradicional en cuanto instrumento de dominación y demagogia).
Se transforma en un Rimbaud de la política: una mística del bien en estado salvaje. (El mismo Perón se frena varias veces ante ella.) Es intransigente. Ni las astucias de Maquiavelo ni las estratagemas de von Clausewitz, a las que era tan adicto su marido, la incitan a transacción política alguna. Perón triunfó y gobernó y creó una doctrina. Pero Eva voló, intentó el sueño de transformar el poder en realidad de acción solidaria.
El pueblo humilde la empieza a reverenciar como a una madre Teresa con tailleurs franceses.
Su legado
Eva pierde todo sentido del realismo transaccional de la política. Como dijo de ella su amigo de los últimos diálogos, el padre Benítez, "le dolía el dolor del otro como propio". Le parece absurdo todo poder humano que no priorice el dolor inmediato. Aquí y ahora. Su Fundación Eva Perón se transforma en una enorme usina para recibir todas las señales de frustración y dolor del país. Las mecanógrafas se relevan en tres turnos de ocho horas para responder infinidad de pedidos y cartas. Se envían juguetes, zapatos, máquinas de coser, órdenes de internación, muletas, becas, dentaduras postizas, frascos de penicilina a Indonesia, mantas por el terremoto en Perú.
Eva trabaja veinte horas. Sólo entiende el poder como poder dar. La otra Eva, la del traje de Dior en la gala del Colón, queda sepultada por esta pasionaria desvelada, con el pelo tomado en un rodete, capaz de los discursos más entrañables de la historia política argentina en su diálogo con su mayoría humilde. Hay asistencialismo en grande (un poco a lo Robin Hood) cuando exige y casi extorsiona a los empresarios, cuando confisca toneladas de papas o manzanas, cuando se expropian hoteles de turismo para crear colonias de vacaciones infantiles.
Eva se siente democrática, ungida por el demos , pero no respeta las reglas de un republicanismo que le resulta hipócrita: quienes acusan a los Perón de corruptores de la democracia argentina son quienes desde 1930 gobernaron con el poder militar y con el "fraude patriótico" que ese caballero honesto que fue el presidente Ortiz tal vez no pudo soportar... El sentir democrático y misionario fue el centro de la intolerancia de Eva, la fuente de su intratable maniqueísmo.
A las tres de la madrugada, deshecha por veinte horas de trajín, detiene su Packard ante un umbral y carga a toda una familia desvalida. La aloja en un Hogar de Tránsito (de los fundados por ella para recoger y reubicar a los indigentes) y a las seis, con el amanecer, entrará en la residencia presidencial, cuando Perón sale para la Casa Rosada.
Eva muere dándose.
El balance de este medio siglo no puede omitir un hecho anticipatorio y central: su feminismo intuitivo y visceral.
En tiempos en que el feminismo era una lucha incierta de las mujeres argentinas, ya desde el año treinta, Eva fue capaz de irrumpir con estos propósitos insólitos para la época: "Nosotras estamos ausentes de los gobiernos. Estamos ausentes de los parlamentos. [...]. No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin. Ni en los Estados Mayores de los imperialismos. Ni en los laboratorios de energía atómica. Ni en los grandes consorcios. Ni en la masonería. Ni en las sociedades secretas. No estamos en ninguno de los grandes centros del poder mundial. Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la agonía y en todas las horas amargas de la humanidad. Parecería como si nuestra vocación no fuese la de crear, sino la del sacrificio".
Tal vez su mayor consecuencia política, aparte de la señalada sumisión de todo poder político al inmediato mandato de bien común y solidaridad, pasa por la creación del Partido Justicialista Rama Femenina, donde las mujeres argentinas se encontraron y analizaron su condición sin la presencia de esposos, padres, hermanos o amantes. Fue un verdadero ámbito libre en el que la mujer expresó y analizó los problemas y postergaciones y en el que, por primera vez en Iberoamérica, la mujer argentina asumió puestos profesionales y ocupó un lugar de respeto nunca alcanzado antes.
A los 33 años, después de una agonía dolorosa, Eva murió el 26 de julio de 1952, en un Buenos Aires de lágrima y aguacero. Se llevó con ella su secreto nodal, epicentro de su angustia.
Si el peronismo sigue teniendo algún significado positivo en la vida argentina, ello se debe a la pasión, al corazón y al coraje de Eva. En este país desmantelado por el seudo-liberalismo mercantilista su mensaje sigue siendo permanente. Son las dos palabras que siente nuestro pueblo en esta hora decisiva: coraje, solidaridad.
En su último momento de conciencia omitió una frase célebre (del tenor de: ¡Ay Patria mía!). Prefirió ser leal a su feminidad indeclinable. Llamó a su manicura Sara Gatti y es ésta quien lo cuenta: "La Señora me dijo: Oh Mirá Sara, es una orden, dentro de un rato van a entrar todos porque me voy a morir y después te van a llamar para prepararme. Vos me sacás este rojo chirle que tengo en las uñas y me ponés ese Queen of Diamonds transparente que te hice comprar. El de Revlon´".
Por Abel Posse
Y la leyenda empieza cuando una chiquilina con una valija de fibra baja en la estación del Retiro, con la ocurrencia de nacerse a sí misma, más allá de la lucha de su familia y de la placidez pueblerina de Junín.
Sobre Eva Perón, Evita, recaen "todos los malentendidos de la fama", como escribió Rainer Maria Rilke. Sacralizada por las masas humildes del peronismo, demonizada por la burguesía y la clase media de Buenos Aires. Vetada moralmente por los militares que la consideraron indigna de casarse con su más alto oficial presidenciable. Después de cincuenta años logró superar incluso el homenaje del cine comercial mundializado.
Vive como mito de su personalidad única y como referente constante de toda política solidarista. Insolente, sarcástica, rencorosa, con una elegancia natural que reconoció Coco Chanel cuando le recomendó que no necesitaba "vestirse tanto". Con un sentido nato y hasta temible del poder, tuvo un nacimiento mínimo, fue la "no reconocida" de la troupe de los Ibarguren-Duarte y logró una muerte grande de repercusión universal, homérica. Una muerte en aire de santificación laica y popular.
Fascina su itinerario de contradicciones: ella, la frágil, alcanzó el mayor poder que tuvo mujer alguna de su época (al decir de Agustín de Foxá, ninguna mujer la superó en mando desde los tiempos de la reina Victoria y de la emperatriz regente de China).
Pero en Eva Perón todo sería tenso, sacrificial, pagó con vida la voluntad de enfrentar, desafiar, sobreponerse. Su cáncer sería el resultado de ese desajuste perpetuo entre su pasión y el medio.
Siempre en guerra con el mundo de la hipocresía política y de los privilegios, hizo de la oligarquía porteña el Leviatán, capaz de engendrar y simbolizar todos los males. Inició contra las grandes señoras porteñas una batalla a golpes de trajes de Dior, de Jacques Fath y de joyas prestadas por Ricciardi.
Tuteaba a dignatarios, ministros, embajadores o almirantes según insondables códigos -siempre invariables y precisos- que el cuerpo diplomático extranjero trataba de descifrar.
Su autoritarismo y su personalidad carismática la salvaban de sus lagunas culturales. Sabía lo que le había enseñado Perón sobre historia política, en los largos diálogos en la quinta de San Vicente o lo que recordaba de los libretos históricos escritos por Muñoz Azpiri, en sus tiempos de actriz de radioteatro (el presidente Auriol de Francia se sorprendió de su conocimiento profundo acerca de la relación de Napoleón con María Walewska, uno de los éxitos de Eva en radio Belgrano).
Ese carisma personal (el encanto de un ser que se mueve con poder, sin lograr ocultar su íntima fragilidad) fue advertido por Franco ni bien la vio bajar del avión en Madrid: comprendió que con Eva no iba a tener días fáciles. Quien sería el papa Juan XXIII, el cardenal Roncalli, que la recibió como arzobispo de Nôtre-Dame, quedó impresionado por esa apasionada persona. Le envió a Buenos Aires una esquela que Eva conservó como un relicario bajo la almohada de su lecho de muerte: "Señora, siga en su lucha por los pobres, pero sepa que cuando esa lucha se emprende de veras, termina en la cruz".
Desde que llega a Buenos Aires, Eva decide crearse a sí misma. Se sumerge en aquella ciudad implacable, incesante. Un Buenos Aires mítico, perverso, rico, nocturnal. Saltará de las pensiones más sórdidas al hotel Savoy y por fin al palacio presidencial, el palacio Unzué, en un alucinante periplo en el que la realidad de su poder ocupará sólo seis años: desde el triunfo electoral de Perón en 1946 hasta su muerte en 1952.
Sus años de teatro y radioteatro le enseñan la batalla atroz de aprender a usar a los hombres que la usaban. Se salva de varar en amores mediocres. Vive esa batalla con el resentimiento de la mujer desvalida en una sociedad machista. Se impone con coraje hasta sobresalir creando su propia empresa radioteatral y obtiene sus primeros contratos en el cine.
No viene al caso demorarse en sus batallas . Todo cambió en su vida cuando Homero Manzi -según se afirma- la ayudó a colarse al palco del Luna Park donde se realizaba un gran festival por los damnificados del terremoto de San Juan. Era el 22 de enero de 1944 y ella, sin vacilar, usurpó el asiento al lado del coronel Perón. El sería su gurú, su amante, su esposo, su maestro, su ÔSol´ como diría Eva. Su presencia, volcada puramente a la pasión del poder, le hizo olvidar la mediocridad y el acoso de la fauna masculina del Buenos Aires de sus primeros años.
Eva se apropia del ideario nacionalista y del justicialismo social cristiano que Perón consolida en aquellos meses de 1945, cuando el mundo cambia sustancialmente y se definen las dos líneas que a fines del siglo implosionarán: el marxismo socialista totalitario, y el totalitarismo de un capitalismo implacable (que arrasaría a la Argentina en la última década de la centuria).
Perón enuncia su tercera posición y un reformismo económico solidarista. Cree en la necesidad de un Estado autoritario, entre franquista y mussoliniano. Su nacionalismo nace de la convicción de que el mundo político sigue siendo una milenaria conspiración, disimulada con buenas intenciones, manejada por los fuertes para dominar a los débiles. Lo que para Perón era praxis y teoría política, para Eva Perón consistía en imperativo emocional obstinado e indeclinable.
Desde el triunfo de 1946, basado en la indiscutible mayoría popular, Eva se sintió ungida y transformó su vida en misión. Asumió el poder (de facto, porque no tuvo ningún cargo oficial) con la furia del justo que lucha contra el Mal (incluido el mismo aparato de poder estatal tradicional en cuanto instrumento de dominación y demagogia).
Se transforma en un Rimbaud de la política: una mística del bien en estado salvaje. (El mismo Perón se frena varias veces ante ella.) Es intransigente. Ni las astucias de Maquiavelo ni las estratagemas de von Clausewitz, a las que era tan adicto su marido, la incitan a transacción política alguna. Perón triunfó y gobernó y creó una doctrina. Pero Eva voló, intentó el sueño de transformar el poder en realidad de acción solidaria.
El pueblo humilde la empieza a reverenciar como a una madre Teresa con tailleurs franceses.
Su legado
Eva pierde todo sentido del realismo transaccional de la política. Como dijo de ella su amigo de los últimos diálogos, el padre Benítez, "le dolía el dolor del otro como propio". Le parece absurdo todo poder humano que no priorice el dolor inmediato. Aquí y ahora. Su Fundación Eva Perón se transforma en una enorme usina para recibir todas las señales de frustración y dolor del país. Las mecanógrafas se relevan en tres turnos de ocho horas para responder infinidad de pedidos y cartas. Se envían juguetes, zapatos, máquinas de coser, órdenes de internación, muletas, becas, dentaduras postizas, frascos de penicilina a Indonesia, mantas por el terremoto en Perú.
Eva trabaja veinte horas. Sólo entiende el poder como poder dar. La otra Eva, la del traje de Dior en la gala del Colón, queda sepultada por esta pasionaria desvelada, con el pelo tomado en un rodete, capaz de los discursos más entrañables de la historia política argentina en su diálogo con su mayoría humilde. Hay asistencialismo en grande (un poco a lo Robin Hood) cuando exige y casi extorsiona a los empresarios, cuando confisca toneladas de papas o manzanas, cuando se expropian hoteles de turismo para crear colonias de vacaciones infantiles.
Eva se siente democrática, ungida por el demos , pero no respeta las reglas de un republicanismo que le resulta hipócrita: quienes acusan a los Perón de corruptores de la democracia argentina son quienes desde 1930 gobernaron con el poder militar y con el "fraude patriótico" que ese caballero honesto que fue el presidente Ortiz tal vez no pudo soportar... El sentir democrático y misionario fue el centro de la intolerancia de Eva, la fuente de su intratable maniqueísmo.
A las tres de la madrugada, deshecha por veinte horas de trajín, detiene su Packard ante un umbral y carga a toda una familia desvalida. La aloja en un Hogar de Tránsito (de los fundados por ella para recoger y reubicar a los indigentes) y a las seis, con el amanecer, entrará en la residencia presidencial, cuando Perón sale para la Casa Rosada.
Eva muere dándose.
El balance de este medio siglo no puede omitir un hecho anticipatorio y central: su feminismo intuitivo y visceral.
En tiempos en que el feminismo era una lucha incierta de las mujeres argentinas, ya desde el año treinta, Eva fue capaz de irrumpir con estos propósitos insólitos para la época: "Nosotras estamos ausentes de los gobiernos. Estamos ausentes de los parlamentos. [...]. No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin. Ni en los Estados Mayores de los imperialismos. Ni en los laboratorios de energía atómica. Ni en los grandes consorcios. Ni en la masonería. Ni en las sociedades secretas. No estamos en ninguno de los grandes centros del poder mundial. Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la agonía y en todas las horas amargas de la humanidad. Parecería como si nuestra vocación no fuese la de crear, sino la del sacrificio".
Tal vez su mayor consecuencia política, aparte de la señalada sumisión de todo poder político al inmediato mandato de bien común y solidaridad, pasa por la creación del Partido Justicialista Rama Femenina, donde las mujeres argentinas se encontraron y analizaron su condición sin la presencia de esposos, padres, hermanos o amantes. Fue un verdadero ámbito libre en el que la mujer expresó y analizó los problemas y postergaciones y en el que, por primera vez en Iberoamérica, la mujer argentina asumió puestos profesionales y ocupó un lugar de respeto nunca alcanzado antes.
A los 33 años, después de una agonía dolorosa, Eva murió el 26 de julio de 1952, en un Buenos Aires de lágrima y aguacero. Se llevó con ella su secreto nodal, epicentro de su angustia.
Si el peronismo sigue teniendo algún significado positivo en la vida argentina, ello se debe a la pasión, al corazón y al coraje de Eva. En este país desmantelado por el seudo-liberalismo mercantilista su mensaje sigue siendo permanente. Son las dos palabras que siente nuestro pueblo en esta hora decisiva: coraje, solidaridad.
En su último momento de conciencia omitió una frase célebre (del tenor de: ¡Ay Patria mía!). Prefirió ser leal a su feminidad indeclinable. Llamó a su manicura Sara Gatti y es ésta quien lo cuenta: "La Señora me dijo: Oh Mirá Sara, es una orden, dentro de un rato van a entrar todos porque me voy a morir y después te van a llamar para prepararme. Vos me sacás este rojo chirle que tengo en las uñas y me ponés ese Queen of Diamonds transparente que te hice comprar. El de Revlon´".
Por Abel Posse
Proceso Transformador de Perón
Los párrafos iniciales de Osvaldo me permiten una consideración que, en cierto modo, incluye los ejes del problema: al igual que el gran historiador, mi padre cumplió este año sus ochenta años.
El hombre en cuestión empezó a trabajar a los siete años, repartiendo la ropa que su madre, mi abuela, lavaba, planchaba y cosía “para afuera”. Desde entonces hasta su jubilación no dejó de trabajar: a partir de 1945, ya hasta el presente, sostuvo siempre la identidad peronista y jamás tuvo cargos políticos en administración alguna.
¿Porqué tanta insistencia con esa identificación? Básicamente porque con el advenimiento del peronismo su vida de trabajador común se dio vuelta, se trastrocó. Al punto que, habiendo podido estudiar apenas hasta cuarto grado, se dio el lujo de lograr que sus dos hijos -mi hermana y yo-cursasen estudios universitarios.
Jamás lo ignoró: el haber llevado una vida familiar digna, con salarios adecuados, techo y libros, fue parte de la gigantesca esquirla dejada por los diez años de gestión peronista, que desataron las fuerzas productivas nacionales e incluyeron en la ciudadanía y el consumo a quienes la organización oligárquica previa apenas ofrecía un destino miserable. Es que Perón no dio limosnas: entre otras cosas, generó las condiciones para que existiese trabajo. Trabajo socialmente útil, bien remunerado y socialmente reconocido.
La potencia de las transformaciones canalizadas por Juan Domingo Perón y exigidas por trabajadores de las más diversas orientaciones y orígenes permitió establecer un esquema productivo que no logró ser desarticulado por las fuerzas imperiales y conservadoras hasta 1976, cuando superan la energía utilizada en 1955 y quiebran el Estado Nacional y la industria argentina.
Esas transformaciones con epicentro productivo tuvieron su correlato en las áreas de educación, salud, protección social, deporte, así como en aspectos institucionales de trascendencia (voto femenino, ley de divorcio, participación sindical en la vida pública, búsqueda concreta de inserción argentina en América latina) que superaron los beneficios obtenidos por los países centrales durante un extenso período.
(Digresión. Hace pocos años, dialogando -más bien indagando y aprendiendo-con Fidel Castro, le pregunté específicamente por Perón. Su respuesta fue: “Cada vez que tuvo que actuar políticamente, lo hizo a favor nuestro”. Acto seguido recomendó a quien esto firma y a varios colegas que se encontraban presentes, que “tienen que reivindicar al plan económico de Perón, especialmente lo que hizo Gelbard, un gran hombre que los argentinos no siempre recuerdan”.
No sé si la anécdota servirá como aporte, o simplemente, en la visión de Osvaldo Bayer, contribuirá a un argumento del tipo “entre stalinistas se entienden”. Lo cierto es que se trató de uno de los momentos más importantes de mi vida y a riesgo de caer en el uso de mencionar una autoridad política sumamente respetable de nuestro continente, no pude ni quise obviar esta mención.)
Sigamos. Desde un comienzo el gobierno peronista estuvo parcialmente ocupado por figuras burocráticas que se situaban a contramano de las modificaciones revolucionarias impulsadas por el Líder y su Pueblo. Cierto es que Perón resultó responsable de tales presencias, muchas de las cuales lo traicionaron después del 55. Y es verdad que la designación de José López Rega y otros sectores conservadores se constituyó en un hecho absolutamente perjudicial para el país todo y especialmente para los trabajadores.
Quien conoce el movimiento social argentino en la actualidad, comprende que amplias zonas de nuestro pueblo han tomado nota de aquellas realidades. Luego me referiré a la cuestión.
El problema es si el ciclo peronista en su conjunto merece ser valorado por esas acciones, sustentadas en el criterio de controlar el poder político y evitar el desarrollo de organizaciones poderosas que contrastaran con su liderazgo, o si merece ser considerado por los gigantescos logros económicos, sociales, institucionales y culturales obtenidos. Logros disfrutados por la mayoría de la población argentina; aún por quienes se negaron a reconocerlos.
A la hora del balance parece necesario recordar que los golpes de Estado de 1955 y 1976 estuvieron específicamente enfocados a la desarticulación de esas victorias populares. Si Perón y el peronismo hubieran sido efectivamente caracterizados por aquellas acciones negativas ¿para qué generar movimientos oligárquico militares tan intensos, si bastaba con sostener a un gobierno de derecha, encima respaldado masivamente?
Si Perón fue lo que Bayer sostiene que fue, el poder económico en nuestro país hubiera tenido todos sus problemas resueltos desde 1946 en adelante y no hubiera desatado tormentas contra el pueblo buscando quebrar el modelo peronista, y condenando a la cárcel, el exilio, el asesinato y la desaparición a miles de sus mejores militantes y dirigentes.
La obra social desplegada por el peronismo entre 1946 y 1976, que no logró desmembrarse tras el golpe del 55, es más profunda que la dejada por el respetado Salvador Allende en Chile, sin por esto intentar un choque entre la reivindicación de ambos líderes populares. Pero es preciso admitir que el cambio económico social registrado en los 40, período en el cual nuestra Patria pasó de ser una semicolonia agropecuaria a una Nación industrial de desarrollo medio, es determinante a la hora de proyectar lo que viene.
Finalmente, y en la misma dirección: otro de los objetivos del avance oligárquico e imperial de 1976 fue, precisamente, barrer del peronismo los elementos transformadores que estaban decididos a no retroceder en los beneficios alcanzados y a profundizar esos lineamientos hasta concretar una definitiva independencia. Es decir, permitir el control absoluto del movimiento peronista por parte de quienes Osvaldo engloba como la derecha peronista y en verdad siempre constituyeron una vertiente liberal, conservadora y burocrática en esta corriente. El menemismo es, sin duda, la coronación de esa política.
Entre el 17 de octubre de 1945, el Cordobazo de mayo del 69 y las jornadas del 19 y el 20 de diciembre del 2001 el pueblo argentino ha ido aprendiendo que la autonomía en la toma de decisiones es un valor importante. Ese nuevo camino que se está abriendo con dificultades no podrá renegar de las victorias alcanzadas en otros tiempos. E irá elaborando un andar equilibrado, que le permita adoptar su propia orientación sin descartar la organización política y la lucha institucional.
Ese equilibrio en la valoración de la propia historia será determinante, porque las nuevas generaciones de luchadores comprenderán que no nacieron del vacío, sino que encarnan las mejores tradiciones del movimiento popular argentino.
De otro modo, si se impone la descalificación de las experiencias anteriores, tendrán que afrontar a tientas el futuro, porque un pueblo que cree no tener una historia digna se encuentra desguarnecido ante los nuevos desafíos.
Ahí está el problema, estimado Osvaldo; y los historiadores tienen una función importante que cumplir en la transmisión de la memoria popular.
Nuestra historia no ha sido apenas una cloaca plagada de perdularios, como el sistema cultural autodenigratorio pretende hacernos pensar. Ha tenido, también, grandes victorias colectivas, logros que otros pueblos por dignos que fuesen no lograron concretar; y hombres que pudiendo acomodarse a los intereses de la gente decente y principal, resolvieron enfrentarlos y hacerse eco de las necesidades de los más humildes. Uno de esos hombres fue Juan Domingo Perón.
Sus errores no anulan su obra. Y sus Tres Banderas, mantienen vigencia.
El hombre en cuestión empezó a trabajar a los siete años, repartiendo la ropa que su madre, mi abuela, lavaba, planchaba y cosía “para afuera”. Desde entonces hasta su jubilación no dejó de trabajar: a partir de 1945, ya hasta el presente, sostuvo siempre la identidad peronista y jamás tuvo cargos políticos en administración alguna.
¿Porqué tanta insistencia con esa identificación? Básicamente porque con el advenimiento del peronismo su vida de trabajador común se dio vuelta, se trastrocó. Al punto que, habiendo podido estudiar apenas hasta cuarto grado, se dio el lujo de lograr que sus dos hijos -mi hermana y yo-cursasen estudios universitarios.
Jamás lo ignoró: el haber llevado una vida familiar digna, con salarios adecuados, techo y libros, fue parte de la gigantesca esquirla dejada por los diez años de gestión peronista, que desataron las fuerzas productivas nacionales e incluyeron en la ciudadanía y el consumo a quienes la organización oligárquica previa apenas ofrecía un destino miserable. Es que Perón no dio limosnas: entre otras cosas, generó las condiciones para que existiese trabajo. Trabajo socialmente útil, bien remunerado y socialmente reconocido.
La potencia de las transformaciones canalizadas por Juan Domingo Perón y exigidas por trabajadores de las más diversas orientaciones y orígenes permitió establecer un esquema productivo que no logró ser desarticulado por las fuerzas imperiales y conservadoras hasta 1976, cuando superan la energía utilizada en 1955 y quiebran el Estado Nacional y la industria argentina.
Esas transformaciones con epicentro productivo tuvieron su correlato en las áreas de educación, salud, protección social, deporte, así como en aspectos institucionales de trascendencia (voto femenino, ley de divorcio, participación sindical en la vida pública, búsqueda concreta de inserción argentina en América latina) que superaron los beneficios obtenidos por los países centrales durante un extenso período.
(Digresión. Hace pocos años, dialogando -más bien indagando y aprendiendo-con Fidel Castro, le pregunté específicamente por Perón. Su respuesta fue: “Cada vez que tuvo que actuar políticamente, lo hizo a favor nuestro”. Acto seguido recomendó a quien esto firma y a varios colegas que se encontraban presentes, que “tienen que reivindicar al plan económico de Perón, especialmente lo que hizo Gelbard, un gran hombre que los argentinos no siempre recuerdan”.
No sé si la anécdota servirá como aporte, o simplemente, en la visión de Osvaldo Bayer, contribuirá a un argumento del tipo “entre stalinistas se entienden”. Lo cierto es que se trató de uno de los momentos más importantes de mi vida y a riesgo de caer en el uso de mencionar una autoridad política sumamente respetable de nuestro continente, no pude ni quise obviar esta mención.)
Sigamos. Desde un comienzo el gobierno peronista estuvo parcialmente ocupado por figuras burocráticas que se situaban a contramano de las modificaciones revolucionarias impulsadas por el Líder y su Pueblo. Cierto es que Perón resultó responsable de tales presencias, muchas de las cuales lo traicionaron después del 55. Y es verdad que la designación de José López Rega y otros sectores conservadores se constituyó en un hecho absolutamente perjudicial para el país todo y especialmente para los trabajadores.
Quien conoce el movimiento social argentino en la actualidad, comprende que amplias zonas de nuestro pueblo han tomado nota de aquellas realidades. Luego me referiré a la cuestión.
El problema es si el ciclo peronista en su conjunto merece ser valorado por esas acciones, sustentadas en el criterio de controlar el poder político y evitar el desarrollo de organizaciones poderosas que contrastaran con su liderazgo, o si merece ser considerado por los gigantescos logros económicos, sociales, institucionales y culturales obtenidos. Logros disfrutados por la mayoría de la población argentina; aún por quienes se negaron a reconocerlos.
A la hora del balance parece necesario recordar que los golpes de Estado de 1955 y 1976 estuvieron específicamente enfocados a la desarticulación de esas victorias populares. Si Perón y el peronismo hubieran sido efectivamente caracterizados por aquellas acciones negativas ¿para qué generar movimientos oligárquico militares tan intensos, si bastaba con sostener a un gobierno de derecha, encima respaldado masivamente?
Si Perón fue lo que Bayer sostiene que fue, el poder económico en nuestro país hubiera tenido todos sus problemas resueltos desde 1946 en adelante y no hubiera desatado tormentas contra el pueblo buscando quebrar el modelo peronista, y condenando a la cárcel, el exilio, el asesinato y la desaparición a miles de sus mejores militantes y dirigentes.
La obra social desplegada por el peronismo entre 1946 y 1976, que no logró desmembrarse tras el golpe del 55, es más profunda que la dejada por el respetado Salvador Allende en Chile, sin por esto intentar un choque entre la reivindicación de ambos líderes populares. Pero es preciso admitir que el cambio económico social registrado en los 40, período en el cual nuestra Patria pasó de ser una semicolonia agropecuaria a una Nación industrial de desarrollo medio, es determinante a la hora de proyectar lo que viene.
Finalmente, y en la misma dirección: otro de los objetivos del avance oligárquico e imperial de 1976 fue, precisamente, barrer del peronismo los elementos transformadores que estaban decididos a no retroceder en los beneficios alcanzados y a profundizar esos lineamientos hasta concretar una definitiva independencia. Es decir, permitir el control absoluto del movimiento peronista por parte de quienes Osvaldo engloba como la derecha peronista y en verdad siempre constituyeron una vertiente liberal, conservadora y burocrática en esta corriente. El menemismo es, sin duda, la coronación de esa política.
Entre el 17 de octubre de 1945, el Cordobazo de mayo del 69 y las jornadas del 19 y el 20 de diciembre del 2001 el pueblo argentino ha ido aprendiendo que la autonomía en la toma de decisiones es un valor importante. Ese nuevo camino que se está abriendo con dificultades no podrá renegar de las victorias alcanzadas en otros tiempos. E irá elaborando un andar equilibrado, que le permita adoptar su propia orientación sin descartar la organización política y la lucha institucional.
Ese equilibrio en la valoración de la propia historia será determinante, porque las nuevas generaciones de luchadores comprenderán que no nacieron del vacío, sino que encarnan las mejores tradiciones del movimiento popular argentino.
De otro modo, si se impone la descalificación de las experiencias anteriores, tendrán que afrontar a tientas el futuro, porque un pueblo que cree no tener una historia digna se encuentra desguarnecido ante los nuevos desafíos.
Ahí está el problema, estimado Osvaldo; y los historiadores tienen una función importante que cumplir en la transmisión de la memoria popular.
Nuestra historia no ha sido apenas una cloaca plagada de perdularios, como el sistema cultural autodenigratorio pretende hacernos pensar. Ha tenido, también, grandes victorias colectivas, logros que otros pueblos por dignos que fuesen no lograron concretar; y hombres que pudiendo acomodarse a los intereses de la gente decente y principal, resolvieron enfrentarlos y hacerse eco de las necesidades de los más humildes. Uno de esos hombres fue Juan Domingo Perón.
Sus errores no anulan su obra. Y sus Tres Banderas, mantienen vigencia.
Rol e Importancia de Eva
La importancia de Evita y su influencia como figura en la sombra del poder se hizo notar a la brevedad. El 12 de octubre de 1945, Perón es detenido y encarcelado en la isla de Martín García a causa de un golpe militar, y en unos días llenos de acción, la escena política argentina cambió radicalmente. Eva encabezó una gran campaña de agitación en los medios laborales para conseguir la excarcelación. Miles de "descamisados", fueron traídos al centro de Buenos Aires en medios de transporte coordinados por Eva, y gritaron en la plaza de Mayo por la liberación de su héroe. El 17 de octubre Eva logró que liberen a Perón.
Los "descamisados" adoraban a Evita y el poder que ella tenía sobre ellos era indispensable para Perón y consumó su casamiento en secreto con el general el 21 de octubre de 1945.
En las elecciones generales del 25 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón fue elegido Presidente de Argentina, con una ajustada ventaja sobre la Unión Democrática, coalición formada por los radicales, los socialistas y los comunistas. El Presidente le dio a su esposa una oficina en la Secretaría de Trabajo y desde allí ella empezó a ganar el control completo de los sindicatos y del organismo administrativo central (C.G.T). Viajó por el país dando discursos y compartiendo reuniones con otras personalidades del partido; también dedicó gran parte de su tiempo a los derechos de la mujer.
Los "descamisados" adoraban a Evita y el poder que ella tenía sobre ellos era indispensable para Perón y consumó su casamiento en secreto con el general el 21 de octubre de 1945.
En las elecciones generales del 25 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón fue elegido Presidente de Argentina, con una ajustada ventaja sobre la Unión Democrática, coalición formada por los radicales, los socialistas y los comunistas. El Presidente le dio a su esposa una oficina en la Secretaría de Trabajo y desde allí ella empezó a ganar el control completo de los sindicatos y del organismo administrativo central (C.G.T). Viajó por el país dando discursos y compartiendo reuniones con otras personalidades del partido; también dedicó gran parte de su tiempo a los derechos de la mujer.
Sufragio Universal
Evita realizó un importante empuje en favor del sufragio femenino, que hasta entonces sólo se daba en la provincia de San Juan. A pesar de la negativa de las fuerzas opositoras, que veían en tales proyectos una finalidad electoralista, el 9 de septiembre de 1947 la ley 13.010 consagró la igualdad de hombres y mujeres para elegir y ser elegidos.
El 11 de noviembre tienen lugar las elecciones presidenciales, en las cuales por primera vez votaron las mujeres de todo el país; incluso a Evita se le alcanzó una urna a su cama para que pudiera votar también. Perón, acompañado por el vice Hortensio Quijano, fue reelecto por más del 60% de los votos. Las mujeres no sólo eligieron sino que también fueron elegidas: 23 diputadas nacionales, 6 senadoras nacionales, y si se cuentan a las legisladoras provinciales fueron electas 109 mujeres.
El 11 de noviembre tienen lugar las elecciones presidenciales, en las cuales por primera vez votaron las mujeres de todo el país; incluso a Evita se le alcanzó una urna a su cama para que pudiera votar también. Perón, acompañado por el vice Hortensio Quijano, fue reelecto por más del 60% de los votos. Las mujeres no sólo eligieron sino que también fueron elegidas: 23 diputadas nacionales, 6 senadoras nacionales, y si se cuentan a las legisladoras provinciales fueron electas 109 mujeres.
Comunidades Aborigenes
“Las comunidades, pueblos y naciones indígenas son aquellos que, teniendo una continuidad histórica con las sociedades previas a la invasión y colonización que se desarrollaron en sus territorios, se consideran a sí mismos distintos de otros sectores de las sociedades que prevalecen actualmente en esos territorios, o en partes de los mismos. En la actualidad constituyen sectores no dominantes de la sociedad y están determinados a preservar, desarrollar y traspasar a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica, como base de su continua existencia como pueblos, de acuerdo con sus propias pautas culturales, instituciones sociales y sistemas legales".
Es muy importante destacar que el rasgo distintivo de los pueblos indígenas es su aboriginalidad, esto es, la característica de ser los primeros habitantes de los territorios que habitan.
Las comunidades indígenas expresan día a día su voluntad de preservar la diferencia cultural que los distingue de otros grupos sociales y se encuentran decididos a fortalecer sus instituciones sociopolíticas para conseguirlo. Al mismo tiempo, aspiran a desarrollar, en el seno de las sociedades nacionales de las que forman parte, nuevas pautas de convivencia social en la diversidad.
Para tal fin reivindican una nueva normativa que dé cabida a sus "derechos especiales" sin menoscabo de los demás derechos del ciudadano.
Por ser sociedades aborígenes, los pueblos indígenas no sólo reivindican la ocupación continua de tierras ancestrales o al menos de parte de ellas, sino también la calidad del vínculo que los une. Las tierras, el hábitat, el paisaje, el territorio, son la condición indispensable para el mantenimiento de su identidad como pueblo
Los pueblos originarios fueron incorporados en masa al Estado argentino como pueblos sometidos y ocupantes precarios en sus propios territorios. Fueron obligados a adoptar una religión y un estilo de vida que no les era propio. Fueron convertidos en productores de subsistencia y/o proletarios rurales. Por efecto de procesos regionales de migraciones forzosas un importante porcentaje de sus miembros vive en áreas urbanas y suburbanas donde es usual que deban ocultar su identidad para evitar el maltrato y la discriminación.
Hace relativamente poco ha comenzado una acción más decidida y, a la vez, sostenida, en favor de los pueblos indígenas. Esto ha sido esencial en la afirmación del indigenismo y la consecuente aparición en la vida pública en nuestras sociedades americanas. Podríamos señalar que en nuestro país es a partir de 1990, cuando el indigenismo comenzó a tener impulso. La reforma de la Constitución del año 1994; la suscripción y ratificación del Convenio 169; y el depósito de los instrumentos de su ratificación en Naciones Unidas así lo demuestran..
Es muy importante destacar que el rasgo distintivo de los pueblos indígenas es su aboriginalidad, esto es, la característica de ser los primeros habitantes de los territorios que habitan.
Las comunidades indígenas expresan día a día su voluntad de preservar la diferencia cultural que los distingue de otros grupos sociales y se encuentran decididos a fortalecer sus instituciones sociopolíticas para conseguirlo. Al mismo tiempo, aspiran a desarrollar, en el seno de las sociedades nacionales de las que forman parte, nuevas pautas de convivencia social en la diversidad.
Para tal fin reivindican una nueva normativa que dé cabida a sus "derechos especiales" sin menoscabo de los demás derechos del ciudadano.
Por ser sociedades aborígenes, los pueblos indígenas no sólo reivindican la ocupación continua de tierras ancestrales o al menos de parte de ellas, sino también la calidad del vínculo que los une. Las tierras, el hábitat, el paisaje, el territorio, son la condición indispensable para el mantenimiento de su identidad como pueblo
Los pueblos originarios fueron incorporados en masa al Estado argentino como pueblos sometidos y ocupantes precarios en sus propios territorios. Fueron obligados a adoptar una religión y un estilo de vida que no les era propio. Fueron convertidos en productores de subsistencia y/o proletarios rurales. Por efecto de procesos regionales de migraciones forzosas un importante porcentaje de sus miembros vive en áreas urbanas y suburbanas donde es usual que deban ocultar su identidad para evitar el maltrato y la discriminación.
Hace relativamente poco ha comenzado una acción más decidida y, a la vez, sostenida, en favor de los pueblos indígenas. Esto ha sido esencial en la afirmación del indigenismo y la consecuente aparición en la vida pública en nuestras sociedades americanas. Podríamos señalar que en nuestro país es a partir de 1990, cuando el indigenismo comenzó a tener impulso. La reforma de la Constitución del año 1994; la suscripción y ratificación del Convenio 169; y el depósito de los instrumentos de su ratificación en Naciones Unidas así lo demuestran..
Lola Mora, transgresora y genial
Dos tucumanos, coterráneos de la célebre Lola Mora, abogado y periodista el uno, especialista en artes plásticas, la otra, unieron recuerdos y esfuerzos para escribir una biografía de la escultora, que acaba de publicar Editorial Planeta.
La imagen de Lola Mora marcó la infancia y el interés de Carlos Páez de la Torre (h.) y Celia Terán, quienes supieron siempre de su misterio alimentado por una vida transgresora y audaz.
El libro recoge numerosos documentos y testimonios sobre una artista que fue, sobre todo, una mujer de energía arrolladora.
-¿Por qué Lola Mora?
Terán: -Como yo hago historia de las artes plásticas en la Universidad de Tucumán, Lola fue siempre un personaje muy presente, sobre quien investigué durante 20 años. Hubo, además, otros datos familiares: mi bisabuelo fue testigo del casamiento de Lola Mora. Sobre ella se han escrito cosas francamente inexactas.
Páez: -Mi bisabuelo materno, Alberto de Soldati, quería mucho a Lola Mora y ella también a él. A tal punto que le regaló el busto que hizo de sí misma, y que adornaba mi casa. De chico pensaba que Lola era un personaje sólo de mi casa.
-¿Cuáles son las anécdotas sobre su vida que más los conmovieron?
Páez: -A mí me impresionó cuando Lola trató de afiliarse a la masonería, a la Logia Estrella de Tucumán, una organización masculina por excelencia, donde la rechazaron por ser mujer. Su vida fue una peripecia, no hay que olvidarse de que ella se fue a estudiar pintura a Roma, con una beca oficial, como una pobre chica, y cuatro años más tarde regresó a Buenos Aires con la Fuente de las Nereidas (ubicada sobre la avenida Costanera).
Terán: -Me llamó la atención su audacia y su estilo personal para vestirse. Las crónicas de la época decían que usaba babuchas turcas, pero era el típico traje salteño, con bombachas como las de Los Chalchaleros. Era una mujer con una idea clarísima sobre cómo vender su imagen. Quería ser la escultora de gran nivel y tenía una enorme seducción. Rompía absolutamente con las convenciones sociales de su tiempo.
-¿Por qué la ignoran los críticos y los artistas?
Páez: -Lola Mora jamás vivió como se suponía que debía vivir un artista. En Roma, donde sus colegas habitaban en buhardillas, comían en bodegones y carecían de dinero, ella se codeaba con la nobleza y comía en los mejores lugares. Jamás le importaron los críticos argentinos de arte, no tenía amigos artistas y se rodeaba sólo de la gente que encargaba y pagaba sus esculturas, que era el gobierno.
Terán: -El edificio donde tuvo su primer taller en Roma era soberbio. También lo era la casa que construyó, bajo su propia dirección, a dos cuadras de Via Veneto, la cual llamó la atención de la reina Elena, que pidió conocer a Lola.
Cuando el poder conservador se eclipsó, la vida artística de la escultora tucumana cayó en desgracia. Lejos de amilanarse, vendió todo y orientó su arrolladora energía hacia mejores empresas: el cine, la urbanización, la exploración de petróleo en Salta.
Una mujer singular para la rígida moral de principios de siglo, quien -según Páez de la Torre y Terán- "rechazó de plano el destino que le aguardaba en Tucumán, de juiciosa docente pintora de naturalezas muertas, y se dispuso a hacer una carrera, con una voluntad indomable y dispuesta a cualquier sacrificio".
Susana Reinoso
La imagen de Lola Mora marcó la infancia y el interés de Carlos Páez de la Torre (h.) y Celia Terán, quienes supieron siempre de su misterio alimentado por una vida transgresora y audaz.
El libro recoge numerosos documentos y testimonios sobre una artista que fue, sobre todo, una mujer de energía arrolladora.
-¿Por qué Lola Mora?
Terán: -Como yo hago historia de las artes plásticas en la Universidad de Tucumán, Lola fue siempre un personaje muy presente, sobre quien investigué durante 20 años. Hubo, además, otros datos familiares: mi bisabuelo fue testigo del casamiento de Lola Mora. Sobre ella se han escrito cosas francamente inexactas.
Páez: -Mi bisabuelo materno, Alberto de Soldati, quería mucho a Lola Mora y ella también a él. A tal punto que le regaló el busto que hizo de sí misma, y que adornaba mi casa. De chico pensaba que Lola era un personaje sólo de mi casa.
-¿Cuáles son las anécdotas sobre su vida que más los conmovieron?
Páez: -A mí me impresionó cuando Lola trató de afiliarse a la masonería, a la Logia Estrella de Tucumán, una organización masculina por excelencia, donde la rechazaron por ser mujer. Su vida fue una peripecia, no hay que olvidarse de que ella se fue a estudiar pintura a Roma, con una beca oficial, como una pobre chica, y cuatro años más tarde regresó a Buenos Aires con la Fuente de las Nereidas (ubicada sobre la avenida Costanera).
Terán: -Me llamó la atención su audacia y su estilo personal para vestirse. Las crónicas de la época decían que usaba babuchas turcas, pero era el típico traje salteño, con bombachas como las de Los Chalchaleros. Era una mujer con una idea clarísima sobre cómo vender su imagen. Quería ser la escultora de gran nivel y tenía una enorme seducción. Rompía absolutamente con las convenciones sociales de su tiempo.
-¿Por qué la ignoran los críticos y los artistas?
Páez: -Lola Mora jamás vivió como se suponía que debía vivir un artista. En Roma, donde sus colegas habitaban en buhardillas, comían en bodegones y carecían de dinero, ella se codeaba con la nobleza y comía en los mejores lugares. Jamás le importaron los críticos argentinos de arte, no tenía amigos artistas y se rodeaba sólo de la gente que encargaba y pagaba sus esculturas, que era el gobierno.
Terán: -El edificio donde tuvo su primer taller en Roma era soberbio. También lo era la casa que construyó, bajo su propia dirección, a dos cuadras de Via Veneto, la cual llamó la atención de la reina Elena, que pidió conocer a Lola.
Cuando el poder conservador se eclipsó, la vida artística de la escultora tucumana cayó en desgracia. Lejos de amilanarse, vendió todo y orientó su arrolladora energía hacia mejores empresas: el cine, la urbanización, la exploración de petróleo en Salta.
Una mujer singular para la rígida moral de principios de siglo, quien -según Páez de la Torre y Terán- "rechazó de plano el destino que le aguardaba en Tucumán, de juiciosa docente pintora de naturalezas muertas, y se dispuso a hacer una carrera, con una voluntad indomable y dispuesta a cualquier sacrificio".
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