Identidad Argentina

Estamos cerca del segundo centenario de la Revolución de Mayo. ¿Cómo se contaron los años que constituyeron el primero?

—Contar la historia es una forma de operar sobre la identidad na cional. El Centenario fue un momento de rediseño de nuestra identidad. En realidad, hubo un primer momento fuerte en torno a la Generación del 37, que es la primera que se plantea hacer en la cultura el tipo de ruptura que en lo económico y político había concretado la Revolución de Mayo. Como dije, el otro gran momento de redefinición de la identidad nacional parte de fines del siglo XIX y tiene su momento culminante en el Centenario. Está muy ligado al caudal inmigratorio impactante que produjo, en un país con baja población, un cambio incluso en la percepción de las caras, de los idiomas y de los acentos. Hubo que instrumentar ahí un dispositivo estatal y por una vez en la vida argentina el Estado funcionó creando un dispositivo de incorporación cultural. Eso supuso algunos movimientos, como la recuperación de lo español. Entonces, cuando se trata de reinventar un pasado y de marcar la diferencia entre los argentinos con tradición frente a los recién llegados —a los que se quería volver argentinos—, esa recuperación del pasado criollo incluyó una revaloración del pasado hispánico.

¿Ahí se construye nuestro panteón de héroes?

—Se consolida. Nuestro panteón oficial corresponde a la tradición liberal, ya fuera de Echeverría, de Sarmiento o de Mitre. Los dos grandes biografiados de Mitre, que son Belgrano y San Martín, llegan al Centenario ya consagrados como próceres. El Centenario implica su confirmación. Y lo que comienza es la incorporación de Sarmiento. Así se forma la trilogía San Martín, Belgrano, Sarmiento, cuyas fechas de muerte son nuestros feriados.

¿No es significativo que se haya instalado en nuestro panteón a dos personas con una relación problemática con el poder, como lo fueron San Martín y Belgrano?

—Hay un movimiento muy particular, que yo pude rastrear en Mitre y en Sarmiento, porque Sarmiento participa también de la consagración de San Martín. ¿Cómo hacer de la prescindencia política —que es la clave en la que narran a San Martín— una virtud, cuando ellos están haciendo exactamente lo contrario? Más allá de si esa prescindencia política en San Martín es históricamente verdadera o se trata de una construcción narrativa, lo cierto es que San Martín se consagra como el héroe que no se rebaja a la guerra civil. En realidad, lo que hacen tanto Sarmiento como Mitre es señalar períodos: hay uno de consolidación de la independencia, que es el ciclo que abarca San Martín, y en él todo tipo de diferencia interna atenta contra la consolidación de la independencia de España. En ese marco, la prescindencia sanmartiniana es virtuosa. Cuando esa independencia está ya asegurada, se abre un nuevo ciclo, que es el de la consolidación política interna del país. Con lo cual, ellos no solamente no estarían entrando en contradicción con el virtuosismo de San Martín sino que se convierten en sus herederos.

¿Por qué San Martín aparece, en nuestro panteón, en un escalón superior a Belgrano?

—En Mitre se puede rastrear algo sobre esta cuestión. Mitre titula "Historia de Belgrano y de la independencia argentina", y luego "Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana". Hay un salto, como si Belgrano fuera el héroe nacional de cabotaje, y San Martín tiene una dimensión de exportación, de despliegue más allá de las fronteras.

¿La proyección latinoamericana de San Martín nace en la forma en que se narra la historia argentina?

—Sin duda. La idea de que Bolívar y San Martín están a la par, la idea de que —cuando se habla de la Copa Libertadores de América— los libertadores son San Martín y Bolívar, es una perspectiva netamente argentina.

Un tema literariamente apreciado parece ser la reconstrucción de la entrevista de Guayaquil.

—Es un momento donde la historia funciona como si fuese literatura, pero ya no porque uno la ficcionaliza sino porque los hechos ocurrieron con una combinación de enigma y de intriga muy literaria. La resolución argentina en la narración es la superioridad moral de San Martín, que es el modo de equilibrar la evidencia de la superioridad militar, política, histórica, simbólica de Bolívar. La única manera es inventar una ficción de paridad de simetría.

¿Cómo, exactamente?

—Bolívar hace en el norte lo que San Martín hace en el sur, dos flechas simétricas y proporcionales que se tocan en Guayaquil. Y la entrevista, que se resuelve claramente en favor de Bolívar, se compensa con la versión de la superioridad moral: Bolívar, ambicioso, quería la gloria; San Martín, desprendido, le dejó la consagración porque no tenía ambiciones. Esto es una construcción narrativa. San Martín, como corresponde a un héroe, fija y delimita la identidad nacional, pero después va más allá de las fronteras que él mismo marcó. Porque va a Chile, va a Perú y se exilia, y muere en el exilio. Entonces, San Martín tiene la posibilidad de la definición del nosotros, de la identidad nacional, pero también resuelve el tipo de relación con esos otros que están fuera de las fronteras y que no necesariamente son contrarios —pueden ser los hermanos latinoamericanos. Pero hay que resolver esa fraternidad y la relación con lo español, que es, al mismo tiempo, de hostilidad y de pertenencia. Si se quiere rastrear, en las que serían las narraciones de fundación de nuestra identidad nacional, de dónde viene nuestro mito de superioridad, esta figura de San Martín que lleva la libertad, esta generosidad sanmartiniana de legarles la libertad a los hermanos latinoamericanos tiene algo de una fraternidad que presupone que hay un hermano mayor y un hermano menor. San Martín resuelve así la figura paternal del padre de la patria, la relación con la complicada maternidad de la madre patria España, y también el sistema de fraternidad con un toquecito de aire de superioridad de los argentinos, que todavía suponemos estar un cachitín por encima del resto de los países latinoamericanos.

Esta visión de San Martín es la que domina. Se hizo natural.

—En realidad, se trata de operaciones culturales de los intelectuales que apuntaron a definir un tipo de identidad nacional, un tipo de pasado nacional, un tipo de tradición nacional. Parte de su eficacia consiste en que consiguen naturalizarse. O sea, uno asume esa identidad y ese pasado en la medida en que no lo ve como construido, sino como dado, como "natural". Pero lo cierto es que es evidente que hay una intervención y que el lugar de lo hispánico se redefine, como el lugar donde se pone a Rosas, y que los movimientos entre Belgrano y San Martín narrativamente se ajustan. En realidad, se ven todo el tiempo operaciones, ajustes, construcciones.

Pero todos coinciden en reivindicar a San Martín.

—San Martín es un punto intocable. Se puede ir, incluso, a versiones más radicalizadas, a las perspectivas de izquierda, que trazan genealogías diferentes: donde una arma San Martín-Belgrano-Sarmiento, la otra dice San Martín-Rosas, y la tercera liga a San Martín y al Che Guevara. San Martín es una especie de foco de irradiación que prácticamente nadie toca. Sólo una puesta en cuestión del paradigma de argentinidad ya establecido puede llevar a cuestionar a San Martín. San Martín y la argentinidad se han hecho el uno al otro, en gran medida. Por lo tanto, es muy difícil ratificar un paradigma de argentinidad y desalojar a San Martín. Sólo si se revisa qué idea tenemos de lo que es ser argentino, y cómo se hizo, y se somete a discusión, se puede realmente revisar a San Martín.

¿Por qué prevalece la línea San Martín-Belgrano-Sarmiento y no la que lleva a Rosas, o al Che Guevara?

—¿Por qué la tradición liberal es la hegemónica en la Argentina, dice usted? Es la eficacia de una operación cultural: funcionaron esas narraciones en su capacidad de fundar creencias y adhesiones. Pero luego también hay una instrumentación política, que es que esas narraciones funcionan también porque hay una política estatal, donde esta versión se instrumenta, se enseña, se convierte en manual escolar, y se traduce a prácticas, ritos, efemérides. Y eso ya es una política de Estado.

Claudio Martyniuk.

No hay comentarios:

Publicar un comentario