Desde la década de 1930, el catolicismo supo presentarse a sí mismo como si se tratara de una identidad política con sus enemigos claramente definidos, sus propias consignas ideológicas e incluso una red muy sólida y articulada de organizaciones que lo sustentaban y le daban cuerpo. Una vez advertida su presencia por los historiadores, no faltaron estudios que llamaron la atención sobre la importancia que habría tenido para esclarecer procesos históricos posteriores, en especial, el ascenso o la caída de Perón. Pero si esa identidad política católica efectivamente existió, es poco en verdad lo que sabemos acerca de ella.
A fin de explicar cómo se habría constituido esta identidad política, consideramos necesario tomar como punto de partida el momento de los debates de la década de 1880. No porque podamos identificar en esta fecha los orígenes de la identidad política católica; en realidad, no puede escribirse una historia lineal y acumulativa de ella. Si elegimos la década de 1880 como punto de partida, pues, no es con el propósito de datar allí el nacimiento de la identidad política católica, sino como simple premisa argumentativa.
Evitaremos recaer en una interpretación por etapas acumulativas que se podría esquematizar de la siguiente manera: la “derrota” de la década de 1880 en primer lugar; luego, el consiguiente deseo de revancha que se habría intensificado hacia la década de 1930 y que habría alcanzado su redención en 1943 primero, y luego en 1947 con la legalización de la enseñanza religiosa; más tarde, el creciente deterioro de la relación entre Perón y la Iglesia Católica, agravado fatalmente en 1954; por último, la “victoria” decisiva alcanzada en 1955, cuando Perón fue derrocado en nombre de un catolicismo que podía confundirse fácilmente con el antiperonismo. Los matices que este relato encuentra entre los historiadores son sin duda variados. Sin embargo, aún con sus diferencias, existe entre ellos una constante: se suele considerar a los católicos como portadores de una identidad política en la que sólo se modifica su carácter de vencedor o
vencido. Así, se pudo contrastar a los católicos perseguidos y derrotados en 1880 con los católicos redimidos en 1934, 1943, 1947 o 1955, a riesgo de dar por sentado que allí donde hay católicos que alcanzan cierta presencia social habría también una identidad política que estaría más o menos cerca de obtener su tan ansiada redención... y en caso de que no la obtuviera, será fácil achacar la causa de ese revés a la existencia de algún enemigo externo que obstaculizaría irremediablemente ese tránsito tan anhelado a la “victoria”.
Pero sólo un militante lee la historia en términos de sucesivas derrotas, revanchas y victorias, dando por sentado el carácter esencialista y ahistórico de la identidad política con la que comulga. El historiador, en cambio, debe poner esos términos entre paréntesis, y preguntarse si acaso hubo católicos perseguidos, derrotados, luego resentidos y por último victoriosos; si acaso efectivamente existió aquella identidad política católica.
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